El escritor peruano, Mario Vargas Llosa, revela en esta novela, lo cruel que puede ser la realidad y lo colorido de un propósito a través de sus dos personajes principales, Flora Tristán (pionera del feminismo socialista y reconocida escritora) y su nieto Paul Gauguin (famoso pintor).
A lo largo de capítulos intercalados se va narrando la historia de estos dos personajes unidos por un fino hilo de sangre y una gruesa cuerda de propósitos. Cada uno, a su manera busca el paraíso, el ideal perfecto.
Flora, o Florita, como la llama Vargas Llosa en su novela al mantenerse un diálogo entre narrador y personaje buscaba la perfección de un mundo donde se hiciesen respetar los derechos de la mujer y de los obreros. Su primer paso fue reclamar los suyos propios, al abandonar a su marido, quien por ley podía maltratarla, y olvidar todo atrás para difundir sus ideologías y pensamientos por el mundo. Todo con la esperanza de un futuro mejor, de lograr el paraíso.
Por otro lado, Paul Gauguin, encuentra su paraíso en Tití después de un largo recorrido que inicia en Polinesia. Allí descubre la majestuosidad del color y la vitalidad de sus habitantes. Gauguin decía de sí mismo: “Pese a mis ojos azules y mi apellido francés, soy un Inca, Señor, mi marca es mi nariz”.
Una novela que cuenta una cruzada revolucionaria por Francia y el descubrimiento de un nuevo arte en Taití. Ambos sucesos adelantados a su época por la esperanzada ideología de sus personajes. Aquí se demuestra, tras el crudo relato de Mario Vargas Llosa, que el paraíso solo se sueña si se vive en llamas, en una realidad que oprime, limita y desvanece. El paraíso no está en la otra esquina, el paraíso está en nuestra propia esquina donde se encuentra un miserable pasado con la oportunidad de un futuro soñado.
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