lunes, 18 de enero de 2010

La filarmónica cuando el público se ausenta


Patricio Aizaga no admite interrupciones. “Los ensayos, por más pequeños que sean, son el primer paso antes de una presentación en público y merecen el mismo respeto y silencio”.

Tras bastidores Aizaga no es el hombre formal del traje negro En los ensayos luce una vestimenta informal con el saco sobre los hombros, una camisa polo y un pantalón azul obscuro. Al momento de usar la batuta, para marcar el un, dos tres, que impondrá el orden en la sala, el maestro se retira el saco de los hombros. Cada alumno toma su instrumento y se coloca atento al compás que marcará esta vez su profesor.

Los violines afinan en clave de sol y clave de fa, mientras la viola, sublime, acomoda en sus cuerdas la clave de do. A estos dos instrumentos se les unen oboes, chelos, bajo, trompa, entre otros. Una sublime melodía comienza a crecer en el vibrar de las cuerdas y la exacta respiración marca los tiempos en los instrumentos de vientos. Súbitos aumentos de tono e intensidad hacen estremecer las butacas y las paredes que cercan el perímetro de aquella escena, emergiendo de rostros con diferentes expresiones y mismo objetivo.

Alguien ha fallado una nota y Aizaga hace tronar la batuta contra el atril. El ensayo se detiene ante la voz de mando de esta varita que posee tanto poder en mano del maestro. Se corrige el error bajo un suave pero demandante tono de voz que hace bajar la mirada del joven del violín. Se retoma el ensayo, transcurre aproximadamente una hora y retirándose el sudor de la frente, provocado por las intensas luces amarillas, Aizaga envía a los alumnos a un pequeño receso de media hora.

Los jóvenes se dividen en grupos, algunos se conocen desde hace años, pues todos han pertenecido a la Fundación Orquesta Sinfónica Juvenil del Ecuador (FOSJE). A muchos los han unido su instrumento, violinistas con violinistas, oboes con oboes y así consecutivamente, sin que ésta regla se aplique a todos los grupos. Algunos salen a comer y otros se quedan en sus puestos con los ojos entre abiertos, repasando esa estrofa en la partitura que pareciera que les baila porque no acaban de cogerle el ritmo. Dos chicas enseguida prenden su celular y comienzan a responder las llamadas perdidas mientras un chico se pasea por el escenario respondiendo al parecer un mensaje de texto, pero como hoy en día los celulares sirven para todo tal vez era un mail o simplemente jugaba.

Al salir del baño Patricio Aizaga se sienta en una de las butacas, bebe un poco de agua embotellada y se pierde con la mirada en el escenario, mientras me concede una pequeña entrevista debido al tiempo que apremia. Mientras las preguntas fluyen, el interés de Aizaga por responder es más notorio, su mirada ya no se pierde en las sillas vacías de sus alumnos, ahora viajan por todo el escenario frenando de vez en cuando fijamente en mis ojos.

El tiempo del receso acabó. Los alumnos regresan a sus puestos, hojean las partituras, afinando sus instrumentos y todo vuelve a comenzar. Toc, toc, toc…un, dos, tres y Aizaga desprende sus brazos cual ave al vuelo moviendo a los músicos desde su lugar cual títeres que responden a sus movimientos produciendo aquellos individuales sonidos que forman tan melodiosa composición.

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